El flamenco en Sevilla tiene su origen en sus “gentes”, en las casas, en la familia y los amigos. Por eso, hacer una cronología de los orígenes del flamenco es tan difícil. En Andalucía, existen tantas formas, palos y variantes de este arte, como provincias tiene la comunidad: los tarantos de Almería; los tientos de Cádiz; las alegrías de Córdoba; las zambras de Granada; las mineras de Jaén; las rondeñas de Málaga; los fandangos de Huelva, y las seguiriyas de Sevilla.
Cada sitio tiene su idiosincrasia, por eso puedes ver un espectáculo flamenco en un tabanco flamenco de Jerez de la Frontera y no tener nada que ver con el show flamenco en una cueva flamenca en el barrio del Sacromonte, en Granada.
En este artículo nos centraremos en la evolución del flamenco, pasando por nuestra ciudad, en la que se encuentra nuestro emblemático tablao El Palacio Andaluz. ¡Empezamos!
Los historiadores coinciden en que el flamenco en Sevilla llegó con los gitanos, que se asentaron en esta zona (también en varias de la provincia de Cádiz) en el siglo XV.
Desde entonces, en esta localidad, el flamenco empezó a expandirse y a popularizarse, sobre todo gracias a la aparición de los primeros cafés cantantes, en la segunda mitad del siglo XIX.
Esto fue gracias a la labor destacada de Silverio Franconetti, cantaor flamenco y empresario, que inauguró diversos cafés cantantes por la ciudad, sacando este arte de las tabernas y reuniones familiares y de amigos para que todos pudieran disfrutar de él. En estos establecimientos los primeros artistas flamencos cantaban y bailaban mientras los asistentes podían beber y comer, es decir, lo más parecido a los actuales tablaos flamencos.
Y hablar de flamenco en Sevilla es hablar, obligatoriamente, de Triana, barrio flamenco por excelencia. Aquí nacieron grandes figuras de este arte y se ubicaron las principales academias de flamenco de la ciudad.
Una de las descripciones más conocidas sobre una juerga flamenca es la de Serafín Estébanez Calderón, conocido como “El Solitario”, que escribió “Un baile en Triana”, uno de los episodios que forman parte de las “Escenas Andaluzas”. En este extracto del texto, se describe una juerga flamenca en la que participan “El Fillo” y “El Planeta”, dos figuras emblemáticas de la historia del flamenco.
«El Jerezano sin sombrero, porque lo arrojó a los pies de la Perla para provocarla al baile, y ella sin mantilla y vestida de blanco, comenzaron por el son de la rondeña a dar muestras de su habilidad y gentileza. El pie pulido de ella se perdía de vista por los giros y vueltas que describía y por los juegos y primores que ejecutaba; su cabeza airosa, ya volviéndola gentilmente al lado opuesto de por donde serenamente discurría, ya apartándola con desdén y desenfado de entre sus brazos, ya orlándola con ellos como queriéndola ocultar y embozarse, ofrecía para el gusto las proporciones de un busto griego, para la imaginación las ilusiones de un sueño voluptuoso.«
Además de estas dos figuras emblemáticas, podemos destacar a Ramón el Ollero, los Pelaos (José y Juan), Francisco la Perla, Fernando el de Triana, entre otros.
Una vez los cafés cantantes se asentaron en Sevilla, se empezó a ver una profesionalización y enriquecimiento del sector, ya que es aquí donde los artistas, provenientes de diferentes puntos de España, se empiezan a conocer e intercambiar estilos, dando lugar a nuevos palos flamencos y a intercambios de repertorio. Tanto es así, que surgió la figura del cantaor flamenco como artista profesional.
Más adelante, el flamenco en Sevilla sufrió una regresión, una época oscura que muchos estudiosos han calificado como de “antiflamenquismo”. Fueron los intelectuales de la Generación del 98 los que atacaron duramente al flamenco, pues lo consideraban, junto a la tauromaquia, uno de los males de España. La excepción la marcaron los sevillanos hermanos Machado (Manuel y Antonio), que se pudieron forjar una opinión más completa sobre lo que exponían los “antiflamenquistas”, ya que su padre, Demófilo, fue un antropólogo y folcrorista español de la Generación del 68 y uno de los mayores investigadores del flamenco.
Ya en el siglo XX, entre 1920 y 1955, se empezó a cambiar de nuevo la visión que se tenía del flamenco. Entramos en la etapa de la “Ópera flamenca”, denominada así por una razón puramente económica: la ópera, en aquel entonces, tributaba más bajo que los espectáculos de variedades, en los que debería haberse incluido los shows flamencos.
De nuevo, el flamenco se convirtió en un fenómeno de masas, extendiéndose por toda la geografía española. Esto provocó que los puristas de este arte empezaran a preocuparse por la desaparición de los palos flamencos más sobrios y jondos, ya que el público prefería aquellos que se asociaban a los jolgorios (las alegrías, por ejemplo).
Para evitar perder toda esa riqueza cultural, el poeta Federico García Lorca y el compositor Manuel de Falla convocaron en Granada en 1922 un concurso de cante jondo, en el que se excluían los palos flamencos festeros. Aunque esta cita no tuvo mucha repercusión, sirvió para poner de nuevo a la palestra este arte y hacer cambiar de opinión a los intelectuales “antiflamenquistas” de la Generación del 98.
La etapa de la “Ópera flamenca” puede considerarse una época dorada del flamenco, en la que destacaron figuras hoy todavía conocidas como Manolo Caracol, Pepe Marchena, La Niña de los Peines o Antonio Chacón.
Más adelante llegó la Guerra Civil española, que supuso una vuelta a los inicios, antes de los cafés cantantes, ya que muchos artistas se exiliaron y otros, por desgracia, fallecieron.
Desde 1950 aproximadamente, las publicaciones y estudios sobre el flamenco empezaron a proliferar, y en 1958 se fundó en Jerez de la Frontera (Cádiz), la primera Cátedra de Flamencología, una institución académica dedicada al estudio, investigación, conservación, promoción y defensa del flamenco.
Un poco más adelante, en 1963, el poeta cordobés Ricardo Molina y el cantaor sevillano Antonio Mairena publicaron el libro “Mundo y formas del Cante Flamenco”, considerada hoy en día una obra de referencia sobre el estudio de este arte. Lo interesante de esta narración es que se cuenta la historia del cante flamenco, así como de los distintos palos y estilos que existen (o existían en esa época). Además, fueron los creadores de la tesis “gitanista” y del “neojondismo”, dos líneas de investigación que ponían de manifiesto que el origen del flamenco estaba en los gitanos, que lo practicaban en la intimidad de las fiestas hasta que pudieron hacerlo una profesión.
Estas teorías se unificaron después a la tesis “andalucista”, siendo hoy el origen de los estudios del flamenco. Por tanto, esta época supuso que, no solo se podía disfrutar del flamenco en los espectáculos, sino que se estaban realizando estudios en profundidad sobre este arte, lo que le daba la importancia que siempre ha tenido y tiene hoy en día.
El flamenco ha adquirido un carácter internacional y es apreciado por culturas tan diferentes a la nuestra como la nipona.
Los artistas han ido mostrando todo lo que el flamenco es capaz de transmitir, desde sentimientos, hasta estados de ánimo. Un arte mágico, puro y muy nuestro.
Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2010, el flamenco en Sevilla ha sabido encontrar su hueco dentro de la oferta cultural y es cada vez más apreciado por el público local.
En nuestro tablao El Palacio Andaluz, los asistentes podrán ver un magnífico espectáculo flamenco de 1h y media de duración, además de, si lo desean, disfrutar de una cena con productos de calidad. También contamos con una sala museo en la que se hace un recorrido por la historia de nuestro tablao a través de objetos expuestos de los artistas que han ido dando vida a nuestro tablao desde su apertura.
Los grupos pueden, bajo reserva, aprender los entresijos del compás con una clase de baile o de historia del flamenco, así como un recital de guitarra, en el que apreciarán los principales acordes que mueven a los artistas sobre el escenario.
Toda una experiencia única para sentir el flamenco en Sevilla, ¡no te lo pierdas!
© 2024 El Palacio Andaluz. Todos los derechos reservados.